En cierta ocasión leí la historia de un misionero que había servido en China y que de regreso a los Estados Unidos de Norteamérica en su paso por Hong Kong compró por 30 dólares un collar de piedras pequeñas en una tienda de empeño.
Al llegar a la ciudad de San Francisco, llevó el collar a un joyero para que lo limpiara y le ajustara algunas cuentas. Mientras el joyero realizaba su trabajo, le preguntó al misionero cuánto había pagado por el collar. “Treinta dólares”, respondió el misionero. El joyero le ofreció comprar el collar por 300 dólares. El misionero respondió que no deseaba vender su collar. El joyero, entonces; aumentó su oferta a 500 dólares pero nuevamente el misionero rehusó vender el collar, pero no sin dejar de asombrarse por la oferta que había recibido. La voz de su intuición ahora le estaba diciendo que quizás el collar que había comprado por 30 dólares en aquella tienda de empeños de Hong Kong, no era una simple baratija.
Poco tiempo después, aprovechando una oportunidad que se le presentó de viajar a la ciudad de Nueva York, decidió llevar el collar a la renombrada joyería Tiffany con el fin de que le dieran un estimado de su valor. Al finalizar el proceso de tasación del collar, el gerente de la joyería Tiffany le informó al misionero que el valor estimado del collar era de “solamente”…¡TREINTA MIL DOLARES! y que la joyería estaba dispuesta a comprárselo.
El misionero, pidió unos minutos para tomar una decisión.Finalmente decidió acabar de seguir especulando con el valor de aquel collar que había comprado en tierras lejanas y aceptó la oferta pero con una condición; que le dijeran el secreto de su valor. El gerente de la joyería, entonces; le informó de que aparte de que la condición del collar era excelente y de que las piedras del mismo estaban perfectamente diseñadas, lo que realmente le daba un valor particular al collar era que tenía una inscripción invisible a simple vista. La inscripción era: “N a J“. Este collar había sido el regalo de bodas que el emperador francés Napoleón Bonaparte entregó a Josefina en el año 1796.
En el libro de Apocalipsis se nos dice: “Al que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe“. (2:17)
En la Biblia encontramos personas a quien Dios les dió un “nombre nuevo” como en el caso de Abram, Jacob y Saulo por mencionar algunos ejemplos. El nombre que nos pusieron nuestros padres el día de nuestro nacimiento, es algo especial para nosotros, pero las Escrituras nos anticipan que los vencedores, por la gracia de Jesús recibirán un “nombre nuevo”. Dios tiene un “nombre nuevo” reservado para cada uno de nosotros, “el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe” y vale más de treinta mil dólares porque Jesús lo adquirió para nosotros en la cruz del Calvario.
¿Qué tengo que hacer para recibir el “nombre nuevo” que solamente Jesús conoce? Jesús mismo dejó la respuesta cuando dijo:”Al que venciere, le daré…un nombre nuevo…” Asimismo, nos dijo que para poder llegar a ser vencedores nosotros debemos “retener su nombre y no negar su fe” (2:13)
¡Qué maravilloso será ese día cuando reciba de las manos de Jesús esa piedrecita blanca que tenga la inscripción con mi “nombre nuevo” y que diga: ” Jesús a … ”
GRACIA Y PAZ!
Sergio
“Amigo de Jesús“