Pablo y Silas habían llegado a Filipos “que es la primera ciudad de la provincia de Macedonia” (Hechos 16:12), “dando por cierto que Dios” los había llevado allí “para anunciar el evangelio” (Hechos 16:10) .
Filipos, fué llamada así en honor de Felipe II, padre de Alejandro el Grande. Se convirtió en una colonia romana por decreto de Augusto, el primer emperador de Roma; lo cual colaboró a que se transformara en una de las ciudades más importantes de la región de Macedonia después de Tesalónica.
Pablo y Silas comenzaron su ministerio en Filipos con el “pié derecho” como se dice en algunos lugares. Una mujer llamada Lidia, que vendía telas finas de púrpura fue bautizada, junto con toda su familia. Pero, la conversión de una joven esclava que estaba poseída por un espíritu de adivinación, no agradó a sus amos porque ya no la podían usar para hacer negocio con ella.
Prendieron a Pablo y Silas, los arrastraron a la plaza principal de la ciudad y los acusaron delante de las autoridades que estaban alborotando al pueblo enseñando costumbres que iban en contra de la sociedad y cultura romana. La gente y los magistrados se levantaron contra ellos y se ordenó que les rasgaran sus ropas y los azotaran. “Después de haberles azotado mucho, los echaron en la cárcel, mandando al carcelero que los guardase con seguridad.” (Hechos 16:23)
La persecución y la oposición no eran novedad para estos siervos de Dios. Mientras se recuperaban de la golpiza, en aquella celda ubicada en lo más profundo de la cárcel, con los pies sujetos en el cepo; Pablo y Silas comenzaron a orar y cantar himnos a Dios mientras los otros presos los escuchaban.
“Entonces sobrevino de repente un gran terremoto, de tal manera que los cimientos de la cárcel se sacudían; y al instante se abrieron todas las puertas, y las cadenas de todos se soltaron.” (Hechos 16:26)
El carcelero despertó abruptamente y al ver las puertas de las celdas abiertas e imaginándose que los prisioneros habían escapado, desenvainó su espada para suicidarse. Pero, en medio de la oscuridad de su desesperación recibió la luz de las palabras de Pablo que le ordenó:”No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí.” (vs.28)
Después de prender una antorcha, corrió hacia Pablo y Silas y postrado y temblando delante de ellos les preguntó:”¿Qué debo hacer para ser salvo?“. Pablo y Silas no demoraron en darle la respuesta siguiente: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa.” (vs. 30, 31)
El carcelero poniendo en riesgo su vida los llevó a su casa, les lavó sus heridas, les dio de comer y “de postre” en aquella misma noche “se regocijó con toda su casa de haber creído en Dios.” (vs. 34)
Gracias a Dios y a la obediencia de Pablo y Silas a la dirección del Espíritu Santo, Filipos se convirtió en la primera iglesia que Pablo fundó en Europa.
El cumplimiento de los propósitos de Dios en nuestra vidas puede llevarnos por senderos llenos de aflicción, persecución e incluso la muerte, pero la recompensa de ver almas que lleguen a CREER Y SER SALVAS EN EL SEÑOR JESUCRISTO hace que valga la pena hacer cualquier sacrificio.
Gracia y Paz!
Sergio
“Amigo de Jesús“