El primero de mayo de 1873, en una cabaña de una aldea de Chitambo, Africa; Susi un indígena encontró a David Livingstone, muerto de rodillas, al lado de su cama.
David Livingstone, nacido en Escocia, sirvió treinta años en África como misionero y explorador. Su cuerpo está sepultado en la Abadía de Westminster. En la inscripción de su tumba se pueden leer estas palabras:”El corazón de Livingstone permanece en el África, su cuerpo descansa en Inglaterra, pero su influencia continúa.”
En 1857, dirigiéndose a los estudiantes de la Universidad de Cambridge, Livingstone dijo lo siguiente:”Nunca ceso de regocijarme porque Dios me haya designado para tal oficio. El pueblo habla del sacrificio que yo he hecho en pasarme tan gran parte de mi vida en el África. ¿Es sacrificio pagar una pequeña parte de la deuda, deuda que nunca podremos liquidar, y que debemos a nuestro Dios? ¿Es sacrificio aquello que trae la bendita recompensa de la salud, el conocimiento de practicar el bien, la paz del espíritu y la viva esperanza de un glorioso destino? ¡No hay tal cosa! Y lo digo con énfasis:¡No es sacrificio…Nunca hice un sacrificio! No debemos hablar de sacrificio, si recordamos el gran sacrificio que hizo Aquel que descendió del trono de su Padre, de allá de las alturas, para entregarse por nosotros.”
¿Estaría Livingstone haciendo una alusión a las palabras de Pablo que encontramos en su carta a los Filipenses en el capítulo 2? En realidad no lo sé, pero de lo que sí estoy seguro es que Livingstone estaba hablando de Jesús, “el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo…y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Filipenses 2:6-8)
David Livingstone nunca consideró servir a Cristo como un sacrificio, sino como un privilegio poder llevar a Cristo a los pueblos del oscuro continente africano y antes de su muerte registró en su diario personal lo que Cristo significaba para él:”Mi Jesús, mi Salvador, mi vida, mi todo…”
¡ No es un sacrificio servir a Jesús! Servir a Cristo debería ser para nuestras vidas un acto de agradecimiento y de adoración a Dios por habernos entregado a Su Hijo Unigénito.
Gracia y Paz
Sergio
“Amigo de Jesús”