¡Sométanse a Dios!

En la Epístola  Universal de Santiago en el capítulo 4 y en el versículo 7,  el autor comienza una serie de mandamientos que concluyen en el versículo 10:”¡Sométanse  a Dios! ¡Resistan al diablo! ¡Acérquense a Dios! ¡Límpiense las manos! ¡Purifiquen su corazón! ¡Reconozcan  sus miserias! (y) ¡Humíllense delante del Señor!”

¡Sométanse a  Dios! es el primer mandato que Santiago inspirado por el Espíritu  Santo esperaba que  los recipientes de su carta obedecieran. Pero, este  mandamiento no fue escrito solamente para los judíos convertidos entre los años  50 y 60 d.C., sino para todos los Cristianos y en todas las épocas.

La mayoría de  los diccionarios definen la palabra sumisión como “la acción de someterse, sin  cuestionarios, a la autoridad o la voluntad de otra persona”. La palabra en el  idioma original en que fue escrita también abarca lo siguiente: subordinación, obediencia, sujeción, acatamiento, respeto, rendición y veneración.

Santiago,  enfáticamente nos ordena y exhorta a someternos a  Dios, lo cual incluye todas  las acciones mencionadas en el párrafo anterior.

La pregunta es  esta:¿Cómo es que Adán y Eva viviendo en la misma presencia de Dios en el jardín  del Edén y teniendo la compañía y las bendiciones de su Creador garantizadas por  el resto de sus vidas decidieron no ser obedientes a la voluntad de Dios?

La decisión que  tomaron nuestros primeros padres de desobedecer la Palabra de Dios, aunque nos  parece inconcebible y podemos tildarla como un “acto de locura” es la misma que  miles de personas que dicen ser Cristianos toman hoy: viven en adulterio,  fornicación, se casan con personas no creyentes, practican estilos de vida que  desagradan a Dios, vuelven al alcoholismo y a la drogadicción, andan  desordenadamente, etc.

Pero, la  pregunta sigue en pié:¿Porqué? ¿Cuál es la razón? Las Sagradas Escrituras nos  enseñan que Dios nuestro Creador no nos hizo con el fin de manejarnos o  manipularnos como a títeres, monigotes o robóts.  “Dios es amor” (1Juan  4:8) no un tirano o dictador por lo tanto así como le dio a Adán y Eva el libre  albedrío, así también ha conferido a cada ser humano, Cristiano o no; el derecho  de elegir a quién someter el destino de sus propias vidas: al único Dios  verdadero o al padre de la mentira, a Su Hijo Jesús o a Satanás, al Rey de Reyes  o al príncipe de las tinieblas.

Santiago,  aunque al comienzo no creyó que su hermano era el Mesías, terminó reconociéndolo  como su Salvador. Las palabras que forman parte de la salutación de su carta son  su testimonio personal e indubitable que él sometió su vida al Hijo de Dios: “Santiago,  siervo de Dios y del Señor Jesucristo…” (Santiago 1:1)

La pregunta del  “millón” es la siguiente: ¿Obedeceremos nosotros la orden que nos dejó Santiago  “¡Sométanse a Dios!“?

Gracia y Paz

Sergio

Amigo de  Jesús

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