La caída y desolación de Jerusalén en el año 586 a.C. en manos de los babilonios provocó que sobreviniera sobre Israel un período de aflicción, angustia y sufrimiento; pero también trajo como consecuencia una época de confesión, arrepentimiento y oración en medio del remanente del pueblo de Dios.
En aquel tiempo amargo, el profeta Jeremías con sus ojos desfalleciendo en lágrimas, con sus huesos quebrantados sufriendo el escarnio de todo el pueblo (ver Lamentaciones 2 y 3) y sumido en la depresión de su miseria; se humilló delante de Dios y de su corazón brotaron las siguientes palabras: ” Las misericordias del Señor jamás terminan. Pues nunca fallan sus bondades. NUEVAS SON CADA MAÑANA. ¡Grande es tu fidelidad! “(Nueva Biblia de los Hispanos)
Lamentaciones 3:22, 23 son una expresión sincera y profunda de gratitud por parte de Jeremías hacia Dios por Su continua misericordia no sólo en favor del remanente fiel de la nación de Israel sino también hacia su persona.
El eco del clamor de Jeremías ha cruzado la barrera del tiempo y llega hoy hasta nosotros como un himno de fe y esperanza.
Los tiempos de caída, de desolación, de aflicción y de angustia en nuestras vidas, son una oportunidad que Dios nos da de confesión, arrepentimiento, humillación y oración porque sus misericordias nunca decaen…son nuevas cada mañana.
Cada mañana que Dios permite que nuestro corazón siga latiendo, es un acto de misericordia proveniente de El en favor nuestro aunque no lo merecemos, por el cual nos continúa demostrando Su amor firme y su bondad inalterable.
Cada mañana que Dios permite que nuestros ojos se abran y sigamos respirando el aliento de vida, es una oportunidad para que de nuestros labios emanen palabras de gratitud por Su misericordia hacia nuestras personas.
El siervo de Dios concluyó así su fervorosa oración: “Mi porción es Jehová, dijo mi alma; por tanto, en El esperaré.” (Lamentaciones 3:24)
Gracia y Paz
Sergio
“Amigo de Jesús”