Entendiendo la Cruz y la Resurrección Parte 1

ENTENDIENDO LA CRUZ Y LA RESURRECCION
Pablo Santomauro

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Nota:
El autor desea señalar que para la estructuración del artículo se ha basado, específicamente en secciones 5,6,7, 9,10 y 11, en el material publicado por Arthur Custance (1910-1985), erudito bíblico y científico originario de Canadá.  Custance ha sido laureado profusamente en calidad de educador, investigador, ingeniero, antropólogo, teólogo y autor. Publicó extensos artículos para diferentes revistas académicas, varios libros, las afamadas ponencias conocidas con el nombre de “The Doorway Papers”, y su opus magnus, “The Seed of the Woman”. Corresponde dejar establecido que el material de Custance que hemos utilizado gravita en torno a la autoridad de la Escritura y la documentación histórica y científica disponible durante su vida. Las inferencias teológicas se desprenden de un proceso de razonamiento lógico basado en la información que provee la revelación de Dios en la Escritura y la investigación científica en las disciplinas de la biología, fisiología y antropología. Si bien nueva información ha salido a la luz desde que Arthur Custance planteó su tesis, nada significativo existe que pueda refutar conclusivamente su material. El autor de la obra a continuación, no se ha centrado en la perspectiva científica por considerar que esas disciplinas están fuera de su competencia, y por creer que el material bíblico es más que suficiente para apoyar las proposiciones presentadas y las conclusiones derivadas. Motivamos a aquellos lectores con inclinación hacia las disciplinas científicas, a realizar una simple búsqueda en el internet bajo el nombre “Arthur Custance”. Esto los llevará a encontrar un buen número de páginas con su material, y el estudio de estos escritos abrirá para el estudiante bíblico sagaz, una nueva dimensión que redundará en una comprensión más profunda de las cosas de Dios.
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INDICE

1. La Iglesia hoy, madurando hacia la    senilidad.
2. Objetivo central de la misión de Cristo
3. La caída del hombre (pecado original).
4. La muerte.
5. Inmortalidad humana.
6. Una muerte única e irrepetible.
7. El significado de “sacrificio vicario”.
8. El Hombre fue más que un Hombre.
9. El Dios-Hombre, Jesucristo, la única opción.
10. ¿Por qué una cruz y no otro método de ejecución?
11. ¿Quién mató a Cristo?
12. Resurrección corporal.
13. ¿Fue incompleta la expiación?

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1. La Iglesia Hoy, madurando hacia la senilidad

La iglesia de Cristo ha dado prioridad en los últimos tiempos al cultivo de la vida devocional, a la familia, a los aspectos prácticos de alcanzar la virtud en todas nuestras relaciones humanas, a entender porqué sufrimos, y en casos extremos, a cómo manipular a Dios para que conteste nuestras oraciones. Todas estas cosas, con excepción de la última, son importantes, pero se procuran a expensas del sacrificio de la doctrina cristiana en el altar de nuestra conveniencia. En el evangelio de boga, el hombre es el centro de atención, y el libro más vendido en las librerías cristianas bien podría titularse “Si Dios me ama. ¿por qué el auto no me arrancó esta mañana?”  Como resultado de este enfoque, los cristianos han sido privados de conocer el porqué de lo que creen; en otras palabras, de un entendimiento claro de nuestras creencias. La devoción y la práctica han eclipsado nuestro razonamiento y la estructura de nuestra fe es, a menudo, relegada a un segundo plano. Los términos de nuestra retórica teológica son usados en estos días en forma vaga, imprecisa y costumbrista. Términos que en un tiempo tuvieron un significado preciso, son hoy tan elásticos que han perdido su significado. La doctrina es considerada en estos días como algo frío, falto de amor, divisiva, y sobre todo poco práctica.

Dos mil años han pasado desde la muerte de Cristo. A pesar de tener dos milenios de edad, la iglesia hoy muestra pocos o ningún indicio de madurez. Parecería que en su edad madura se ha vuelto niña, como ocurre con muchos ancianos seniles. Las palabras de Pablo en Hebreos resuenan con renovada urgencia en estos tiempos: “Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido”.  Pablo se lamenta de que sus oyentes permanezcan a la altura de pigmeos doctrinales, y precisamente el tema que el apóstol aborda en la epístola es el sacrificio de Cristo como ofrenda y como sacerdote, específicamente el ministerio sacerdotal en los cielos.  Es muy difícil en tiempos modernos explicar esto a congregaciones donde prácticamente tenemos infantes de cuarenta, cincuenta y sesenta años.

Otros hemos olvidado nuestro primer amor y estamos cerca del rigor mortis. En nuestra apatía crónica, combinada con nuestra indiferencia a la verdad, hablamos de la muerte de Cristo, en muchas instancias, planteando analogías o paralelos con las muertes de otras personas que dieron sus vidas por su país o por otros seres humanos. De estas ilustraciones están sembrados los sermones, los devocionales diarios, y las historias de escuela dominical.

Analogías de ese tipo son más que desafortunadas y sólo pueden tener origen en la epidemia de mediocridad galopante que exhibe la iglesia de Cristo en materia doctrinal. La verdad es que no es posible, bajo ninguna circunstancia, comparar la muerte de Cristo con cualquier otra muerte ocurrida en la historia, desde Abel hasta el presente. Esto no significa que no sea posible de adquirir, bajo la guía del Espíritu Santo, cierta medida de la verdadera naturaleza del sacrificio de Jesús. Pero en realidad, este entendimiento debe procurarse por contraste y no por analogía.

En esta obra intentaremos explicar los aspectos fundamentales del plan de redención de Dios. Se dice en lenguaje cristiano popular, que la Biblia es el registro inspirado de los episodios de la historia de la redención del hombre, y es verdad. Pero no debemos conformarnos con sólo conocer el registro histórico y aceptar su veracidad. Debemos, también, procurar entender la naturaleza y el propósito de la historia de la redención.

Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento tienen como tema central la historia de la redención, y ésta no es más ni menos que la historia del Redentor. Un estudio serio del Antiguo Testamento muestra que el punto medular, en toda su extensión, es la persona y la obra del Señor Jesucristo. El Nuevo Testamento, en contraste con el Antiguo, trata con la manifestación y explicación de la persona y obra del Redentor. Pablo condensa esto en su frase, “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Co. 2:2).

2. Objetivo central de la misión de Cristo

¿Cuál fue el propósito principal de la obra y misión de Jesucristo?  Las Escrituras revelan que el objetivo fundamental y la misión de Cristo fue lograr la obra de salvación de los seres humanos: “El salvará al pueblo de sus pecados. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.  Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores” (Mt. 1:21; Lc. 19:10; 1 Ti. 1:15).  Jesucristo no vino como un revolucionario marxista o un moralista humanista. Vino a lograr la salvación de los pecadores.

Esta verdad nos conduce a las siguientes conclusiones:

1. El grado de comprensión del sacrificio en la cruz determinará el grado de comprensión que tengamos de la persona y ministerio de Cristo.

2. El grado de comprensión de la persona y obra de Cristo determina el grado de comprensión que tenemos de las Escrituras.

3. El grado de comprensión de las Escrituras determina el grado de comprensión de la historia de la redención.

4. Por lo tanto, ignorancia de la doctrina bíblica de la expiación equivale a ignorancia de la obra de Cristo, las Escrituras, y la historia de la redención.

Estas conclusiones deben ser más que suficientes para convencernos de la importancia y necesidad de estudiar la doctrina bíblica de la redención. La expiación debe ser objeto de estudio, adoración y alabanza constante por parte del pueblo de Dios, no solamente exclusividad de los teólogos profesionales. En cierta medida, el paupérrimo grado de santidad entre el pueblo de Cristo en estos días, se debe a la ignorancia patética de la obra redentora de Jesucristo.

Es nuestro deseo que este obra sirva para que la luz del conocimiento de la persona y la obra de Cristo resplandezca en los corazones de los que aman a Dios. A El sea la gloria por siempre.

3. La caída del hombre (pecado original)

La Biblia narra la caída histórica del hombre. Esta fue de un estado de rectitud y santidad a un estado de pecado y condenación. Ninguna otra explicación es válida para entender el aspecto siniestro del ser humano (Gn. 3). Luego de su creación, el hombre poseía la imagen de Dios. Luego de su caída, pasó también a ser portador de la imagen de Satanás. De ahí la metáfora que define a los pecadores como “hijos del diablo”. La metáfora rabínica fue usada por Jesús mismo en Juan 8: 38-44.  La metáfora, en simple, significa que los humanos  son portadores de la imagen de Satanás en el sentido de que hicieron, en el nivel humano, lo que Satanás hizo en la dimensión demónica. No implica que los hombres ya no son portadores de la imagen de Dios. Santiago 3:9 establece que los humanos somos hechos a semejanza de Dios, pero esta imagen ha sido contaminada y opacada por el pecado del hombre. Si bien el hombre sigue siendo hombre, es ahora un hombre pecador. Esto no necesita mucha explicación para el hombre intelectualmente honesto que sabe analizar y contemplar su carácter y personalidad inadecuada.  Algunos han llegado a negar que exista algo que se llame “pecado original”. Sólo una mente afectada en forma virulenta por el pecado es capaz de negar la existencia del pecado original y el pecado en general.

La enseñanza bíblica sobre la caída del hombre como un hecho histórico real nos habilita para escaparnos del mundo “disneylándico” de la teología liberal, la cual no puede explicar porqué el hombre comete las maldades que comete. También contesta el concepto materialista que hace del hombre una máquina más y pretende reducir la vida al nivel de una piedra, un tronco o un árbol. El sistema no puede explicar la vida tal como es. Si todas las ideas no son más que una secreción química del cerebro, el materialismo es una secreción más del cerebro, por lo tanto se refuta a sí mismo. Todo sistema filosófico que se refuta a sí mismo nos debe causar compasión y repugnacia al mismo tiempo.

La posición bíblica no es idealista ni “negacionista” caprichosa, sino que corresponde con la realidad, con lo que vemos y conocemos. Cuando nos observamos en el espejo podemos ver tanto nuestro aspecto siniestro como el lado noble. En todo lo que hacemos y somos, la maldad está presente (Ro. 7:21). No hay forma de escaparse de la realidad del pecado del hombre y sus trágicas consecuencias. Sin una caída histórica, no existe una explicación para la condición actual del ser humano.

4. La muerte 

La caída es también el fundamento para entender la muerte. Mientras que la creación no explica porqué o cómo morimos, o lo que sucede luego de la muerte, la naturaleza radical de la caída del hombre en pecado y culpa explica estas cosas claramente.

Primero, la Biblia habla de la realidad de la muerte (He. 9:27). Esta realidad inevitable nos confronta a todos y hace desvanecer toda esperanza humanista de lograr inmortalidad en esta vida. La ciencia hará muchos descubrimientos pero nunca conquistará la muerte. Las disciplinas ocúlticas podrán prometer superar la muerte, pero en el terreno de la realidad fallan miserablemente. Los miembros de sectas tales como la Ciencia Cristiana, podrán negarla, pero ultimadamente tienen que pasar por ella. Dios ha ordenado la hora de nuestra muerte y nadie puede demorar o apresurar Su plan (Job 14: 1-5; Ec. 3:1; He. 9:27).

Segundo, la Biblia describe el origen de la muerte. Es un castigo divino por la desobediencia del hombre. Como consecuencia de la caída y nuestros propios pecados personales, la “Parca” con su guadaña viene a cosechar nuestras almas para ser enjuiciadas (Ro. 5:12-17; 6:23; He. 9:27; Stg. 1:14,15). Esto significa que la muerte no es natural, ni normal, ni humana. Contrario a los falsos conceptos humanistas de que la muerte es natural o parte de la naturaleza humana, la muerte es antinatural’ y subnormal.  Es el terrible y antinatural desprendimiento que separa el alma del cuerpo. La muerte desgarra al hombre en dos. El hombre fue creado para vivir, no para morir.

5. Una muerte única e irrepetible

La muerte de nuestro Señor Jesucristo fue un suceso único en toda la historia. Nunca hubo una muerte semejante, ya sea en forma de castigo, suicidio, martirio, o aún como un acto del autosacrificio de un ser por otros seres. Sin embargo, Su muerte fue por el hombre, y como un hombre él murió.  Si le preguntamos a un cristiano medianamente conocedor de su Biblia si Jesús estuvo en control de su vida aquí en la tierra, la respuesta será que, en efecto, sí lo estuvo. Los versos para apoyar esto son Juan 10:18, “Nadie me la quita [la vida], sino que yo mismo la pongo”; “Entonces procuraban prenderle; pero ninguno le hechó mano, porque aún no había llegado su hora” (Jn. 7:30); “Padre, la hora ha llegado …” (Jn. 17:1), y otros por el estilo.  Es aceptado, tradicionalmente, que el significado de estas palabras es que El se mantuvo fuera del alcance de sus perseguidores hasta que llegó la hora en que decidió someterse a ellos. Esto es verdad, pero es sólo una parte de la historia. El control que Jesús tuvo sobre su vida fue más allá de escoger el tiempo para entregarse a sus enemigos. No sólo escogió el tiempo de morir, sino que escogió morir.

Nosotros no tenemos opciones al respecto. Eventualmente podremos escoger las circunstancias y la hora de nuestra muerte, ya sea entregándonos como mártires por determinada causa, provocando a otros para que causen nuestra destrucción, llevando a cabo un acto heroico en tiempos de crisis, o cometiendo suicidio. Pero el resultado final de estos actos es algo que tarde o temprano será inevitable, nuestra muerte. No hay opciones, moriremos. Esta es la gran verdad, con excepción de aquellos que no morirán porque la Segunda Venida de Cristo los absolverá de la sentencia. En todos estos casos, sin incluir la soberanía  de Dios en la ecuación, la muerte es prematura

La pena por comer del fruto del árbol prohibido no fue la reducción  de un lapso de vida preestablecido, sino la introducción de una experiencia absolutamente nueva, la MUERTE FISICA.

A partir del momento de la caída, todos los seres humanos pasaron a ser mortales, y como mortales, no estamos en posición de decidir si morimos o no. En los casos mencionados anteriormente, la persona puede escoger el tiempo de su muerte. Una persona que tiene una deuda, aunque el contrato estipule que tiene varios años para pagarla, tiene la opción de pagarla antes de tiempo si así lo desea. Pero no tiene opción en cuanto a pagarla o no pagarla. En el caso de un suicida, un héroe que da su vida por una causa, un mártir, etc., simplemente está pagando una deuda antes de tiempo.

El hombre (ser humano) tiene una deuda con la muerte. Todos hemos pecado y la pena del pecado es muerte (Ro. 6:23). Y debido a que el pecado entró en el mundo, la muerte también entró a ser parte de la experiencia humana como una consecuencia, y la sentencia de muerte pasó a todos los hombres, los cuales a su tiempo, deben morir.

En el caso de Jesucristo, la muerte no ejerció ningún poder sobre El. En su situación, teniendo el potencial de vivir una vida sin fin, Jesús, si bien susceptible a morir en manos de otros, no necesitaba ni tenía que morir – nunca. Es por esto que estuvo en condiciones de escoger no sólo el momento de su muerte, sino también la prerrogativa de morir. Cuando escogió morir, tomó una decisión que está mucho más allá de nuestra competencia o poder.

6. Inmortalidad humana

El potencial de una vida terrenal sin fin, en el caso de Jesucristo, no necesariamente se desprende de su naturaleza divina o deidad, sino que habiendo nacido de una virgen fue exento o evitó la cadena de mortalidad que todos heredamos por medio de la simiente del hombre, y por lo tanto poseyó el potencial de una vida sin fin. Estamos hablando exclusivamente de vida física.

Adán podía morir, y murió, pero no necesitaba morir de no haber pecado. El Señor Jesucristo, como el segundo Adán, podía morir, pero no necesitaba morir. Cuando El escogió morir, abrazó la muerte por nosotros a pesar de ser inmortal, a pesar de que pudo haber vivido por siempre. No habiéndose encontrado pecado en él, su persona y carácter fueron encontrados totalmente del agrado del Padre, y por consiguiente no hubo pena de muerte sobre él, ni la necesidad de morir aplicaba a su persona.  La inferencia es que tanto en el caso de Adán, antes de la caída, y el de Cristo, durante toda su vida, como dijo  San Agustín, para ambos era non imposse mori sed posse non mori – “no fue imposible morir, pero fue posible no morir”.

7. El significado de “sacrificio vicario”

El punto que venimos elaborando es crucial para entender el sacrificio sustitucional o vicario llevado a cabo por Jesucristo.  Desde el punto de vista humano, Jesús fue idéntico a Adán en su estado original. Por ello entendemos que Adán fue una criatura inmortal con un espíritu perfecto, y derivamos esta conclusión contemplando la persona de Jesucristo. Si Adán no fue físicamente y espiritualmente (con un espíritu humano) perfecto, entonces el sacrificio de Cristo no fue sustitucionario y los títulos “Hijo del Hombre” y “postrer Adán” pierden todo sentido.

Deseo puntualizar un punto doctrinal, y es el siguiente: El sacrificio de Cristo fue sustitucional en el sentido que el que murió en la cruz, fue un hombre semejante a Adán en el aspecto humano, y este sacrificio es aplicable a nosotros en Adán.

Este es el significado correcto de lo que conocemos como sacrificio vicario. Es esta semejanza o relación entre Adán y Cristo, la que hace posible el sacrificio vicario. Cristo, siendo potencialmente inmortal, escogió morir.

Si Jesucristo hubiera sido mortal en la misma forma que lo somos nosotros, y de no haber muerto en la cruz hubiera vivido hasta los 70,80, o 90 años de edad, su muerte no hubiera sido sustitucional y no hubiera redundado en ningún beneficio para nosotros.

Para que no haya confusiones, dejo en claro que no estamos diciendo que Cristo era un Supermán, sino que en su humillación tomó un cuerpo que sin duda tenía limitaciones. Estas fueron manifestadas en diferentes formas, como el caer rendido de cansancio en una barca sacudida por las olas de una tormenta (es como quedarse dormido en un carro de montaña rusa en movimiento), detenerse junto a un pozo para refugiarse del calor del día, llorar frente a la tumba de un amigo, sufrir de sed en la cruz, y otras.  Fueron estas vulnerabilidades comunes a todo hombre, las que hicieron posible su crucifixión (2 Co. 13:4).

Es obvio que el que murió en la cruz fue un hombre, humano cien por ciento, exactamente una fiel representación de la humanidad de Adán, o sea el “Hombre” como Dios lo creó. Una naturaleza pecaminosa no es necesaria para definir el concepto de hombre desde el punto de vista de Dios.

Han habido solamente dos “hombres verdaderos” en toda la historia. El resto de los hombres, todos nosotros, hemos sido y somos una caricatura lamentable de lo que Dios realmente considera “humanidad”.

8. El Hombre fue más que un Hombre

El principio de la ley “ojo por ojo y diente por diente” no hubiera sido cumplido en la cruz, al no haber existido “hombre por hombre” en la transacción.  De acuerdo con el principio de “uno por uno”, un hombre puede sacrificarse por uno, pero no por dos, ni por diez, ni por cien, o por mil. Este Hombre en la cruz fue algo más que un Hombre. Este Hombre fue también Dios.

Alguien puede objetar que entonces Cristo fue algo diferente a un hombre. La respuesta es simple: si a un triágulo le agregamos un círculo, sigue siendo triángulo. El hecho de ser algo más que hombre no lo convierte en algo menos que hombre, o diferente a un hombre. En Jesucristo, Dios fue hecho hombre, no idéntico al hombre tal cual es ahora, sino hecho en semejanza de carne de pecado (Ro. 8:3). En otras palabras, fue “hecho carne” (Jn. 1:14) en referencia a “carne” humana en el presente, pero sólo en semejanza.

Ahora bien, volviendo a que Cristo fue también Dios, es esta verdad escritural la que hace posible que su sacrificio halla sido suficiente, si así fuera necesario, por los pecados de todo el mundo (1 Jn. 2:2). La frase “para que todo aquel que en él cree”, impone sobre el Redentor demandas o requisitos que ningún mero hombre puede llenar a los efectos de salvar a “todo aquel que en él cree”. Es en este aspecto de la naturaleza de Cristo donde los sistemas que niegan su deidad se desmoronan.

9. El Dios-Hombre, Jesucristo, la única opción

Todo el que no es Dios es un ser creado, la Biblia es definitiva en cuanto a ello. La implicación lógica es que si Jesucristo no es Dios, evidentemente es un ser creado. Un ser creado no puede pagar por los pecados del mundo. Dos puntos para probar esto:

1)  Para poder salvar a una criatura violadora de la ley y destinada al infierno, la persona designada para la tarea debe no sólo conformar su vida totalmente  a la ley, sino también debe ser de la misma naturaleza ontológica que la persona que desea rescatar (Lv. 25:25; Rt. 4:4-6). Aun más, el redentor debe ser de la misma línea de sangre (linaje) que la persona  por la cual da el rescate. En el caso del Mesías, éste debería ser de la estirpe o simiente de Adán y Eva (Lc. 3:31; Gn. 3:15) — y también debería ser un hombre absolutamente puro y santo.

Sumado a lo anterior, el redentor debe ser algo más que un hombre. Debe ser algo muy superior a los seres angelicales, aún al ángel de más rango, para poder pagar por la depravación de los pecadores y renovarlos a una santidad posicional y práctica.

Esto es evidente cuando consideramos lo siguiente: La criatura más exaltada sigue siendo una criatura. Como criatura está obligada por la ley o dar perfecta obediencia a su Creador, y por lo tanto no puede hacerlo en lugar de otro.

Su perfecta obediencia no puede ser adjudicada o imputada a otro, mucho menos a millones y millones de otros. Puesto de otra forma, si cumpliera la ley de Dios perfectamente, se haría merecedor a la recompensa de la ley, ganaría una justicia para su propia cuenta, pero esa justicia no podría ser imputada a otro, mucho menos a millones de otros.

Recordemos que la obra que el Redentor tenía que hacer era pagar la deuda incalculable de los que habrían de ser salvos. hacer expiación por sus pecados (un número millonario), reconciliarlos con Dios, hacerlos aceptos para la herencia de los santos en luz — todo esto está mucho más allá de lo que una mera criatura puede acompasar, no importa cuán alto rango posea.

2)  Otro punto importante en la redención de los pecadores es que los pecadores deberían ser restaurados, por lo menos, al mismo estado y dignidad que poseían antes de la caída. Restaurarlos a un estado de menor honra y bendición no es compatible con la sabiduría de Dios. Teniendo en cuenta esto, consideremos lo siguiente:
En su estado primitivo, el hombre sólo estuvo sujeto a su Creador, nadie más. A pesar de que el hombre fue creado poco menor que los ángeles, no le debía obediencia ninguna a éstos. Los ángeles eran como el hombre, siervos de Dios. Obviamente, si el pecador fuera salvo por una mera criatura, no podría ser restaurado a su primer estado y dignidad, porque en tal caso el pecador le debería obediencia y servicio a la criatura que lo redimió – se convertiría en la  propiedad de quien lo redimió.

Esto no solo traería total confusión a la situación, sino que además dejaría al pecador peor de lo que estaba antes de la caída, porque ya no estaría en la posición donde él debe absoluta sujeción y honor a Dios solamente, sino que su lealtad y servicio estarían divididos en dos, Dios y la criatura. Esto viola el mandamiento: “Al Señor tu Dios adorarás, y él solo servirás”.

El conflicto sólo puede ser resuelto cuando aceptamos que Jesús es Dios, de la misma forma que el Padre es Dios, y la honra para ambos es una sola e indivisible – “para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre” (Jn. 5:23).

10. ¿Por qué una cruz? ¿Por qué no otro método de ejecución?

¿Se ha preguntado usted lo anterior? Nunca me olvidaré cuando un hermano invitado a enseñar en la iglesia a la que yo concurría en el pasado, dijo textualmente, refiriéndose a la muerte sacrificial de Jesús: “Dios pudo habernos salvado de otra manera si hubiera querido. Yo no sé porqué él determinó que su Hijo muriera en una cruz, pero sí sé que gracias a ello yo he sido salvo”. La declaración, llena de candor cristiano, provocó varios “amén” y no pocos “aleluyas”, pero en realidad revelaba poco entendimiento del plan de salvación de Dios.

Confieso que en aquel tiempo, siendo yo un cristiano tierno (si es que es posible imaginar tal cosa en mí), la afirmación del maestro a lo sumo no me pareció muy disparatada, pero sí lo suficientemente provocativa como para despertar mi curiosiodad. A pesar de estar viviendo la época romántica obligada de todo recién convertido con el Señor, me sumergí un tanto en la doctrina de la sotereología y en la soberanía de Dios buscando apoyo para las palabras del invitado a predicar.

Lo que encontré fue exactamente lo contrario. Descubrí que aun la soberanía de Dios está limitada por las leyes que él mismo ha impuesto sobre su universo y la historia, incluyendo la historia de la redención. Algo que no debe escapar a nuestra consideración es que en el plan de Dios nada es caprichoso, nada es fortuito, todo tiene su razón de ser. La cruz no fue un accidente en la vida de Jesucristo. En el sacrificio de Cristo es donde podemos observar con más claridad, la relación misteriosa entre los acontecimientos pre-ordenados por Dios y el libre albedrío de los hombres.

Una vez más, planteamos las preguntas: ¿Por qué el instrumento de ejecución usado para Cristo fue la cruz? ¿Por qué no otro método? ¿Pudo Dios haber provisto un método de salvación diferente? La respuesta es NO. Vamos, entonces, a ver de cerca las diferentes coordenadas en la historia de la cruz, y como el plan de Dios, ya ordenado desde la eternidad, prevalece sobre los planes de los hombres, sin quitar la responsabilidad de los seres humanos que fueron actores en el drama de la cruz.

Oswald Chambers dijo: “Todo el cielo está interesado en la cruz de Cristo, todo el infierno le teme (Satanás y sus huestes), mientras que los humanos son los únicos seres que en mayor o menor medida ignoramos su significado”.

Repasemos el texto de Juan 19:1-16:

19:1 Asi que, entonces tomó Pilato á Jesús, y le azotó.
19:2 Y los soldados entretejieron de espinas una corona, y pusiéron la sobre su cabeza, y le vistieron de una ropa de grana;
19:3 Y decían: ¡Salve, Rey de los Judíos! y dábanle de bofetadas.
19:4 Entonces Pilato salió otra vez fuera, y díjoles: He aquí, os le traigo fuera, para que entendáis que ningún crimen hallo en él.
19:5 Y salió Jesús fuera, llevando la corona de espinas y la ropa de grana. Y díceles Pilato: He aquí el hombre.
19:6 Y como le vieron los príncipes de los sacerdotes, y los servidores, dieron voces diciendo: Crucifícale, crucifícale. Díceles Pilato: Tomadle vosotros, y crucificadle; porque yo no hallo en él crimen.
19:7 Respondiéronle los Judíos: Nosotros tenemos ley, y según nuestra ley debe morir, porque se hizo Hijo de Dios.
19:8 Y como Pilato oyó esta palabra, tuvo más miedo.
19:9 Y entró otra vez en el pretorio, y dijo á Jesús: ¿De dónde eres tú? Mas Jesús no le dió respuesta.
19:10 Entonces dícele Pilato: ¿A mí no me hablas? ¿no sabes que tengo potestad para crucificarte, y que tengo potestad para soltarte?
19:11 Respondió Jesús: Ninguna potestad tendrías contra mí, si no te fuese dado de arriba: por tanto, el que á ti me ha entregado, mayor pecado tiene.
19:12 Desde entonces procuraba Pilato soltarle; mas los Judíos daban voces, diciendo: Si á éste sueltas, no eres amigo de César: cualquiera que se hace rey, á César contradice.
19:13 Entonces Pilato, oyendo este dicho, llevó fuera á Jesús, y se sentó en el tribunal en el lugar que se dice Lithóstrotos, y en hebreo Gabbatha.
19:14 Y era la víspera de la Pascua, y como la hora de sexta. Entonces dijo á los Judíos: He aquí vuestro Rey.
19:15 Mas ellos dieron voces: Quita, quita, crucifícale. Díceles Pilato: ¿A vuestro Rey he de crucificar? Respondieron los pontífices: No tenemos rey sino á César.
19:16 Así que entonces lo entregó á ellos para que fuese crucificado. Y tomaron á Jesús, y le llevaron.

Las autoridades judías tenían dos objetivos en mente al enjuiciar a Cristo. El primero era simplemente matarlo porque lo odiaban; lo odiaban porque no podían soportar la luz de su vida y la verdad de sus palabras. El segundo era demoler sus reclamos al título de Mesías. Habían distorsionado tanto el Antiguo Testamento y sus pasajes proféticos, junto con los pasajes que hablaban de la naturaleza y la obra del Mesías, que cuando el Mesías estuvo frente a ellos no supieron identificarlo.

Para lograr el primer objetivo, o sea matarlo, dependían totalmente de Pilato, quien era el único que tenía poder para autorizar la ejecución. Claro que deben haber considerado, por un tiempo al menos, matarlo secretamente para no atraer la atención de los romanos. Pensamos que deben haber desistido de este plan por la posibilidad de una revuelta popular. Es más, los intentos de apedrearlo fracasaron, ya sea por indecisión de ellos o simplemente por el poder mismo de la presencia de Cristo.

Para lograr el segundo objetivo, lo más fácil era lograr su arresto, traer desgracia sobre él públicamente, y condenarlo a muerte. De ser posible, los cargos de traición se presentarían, porque ello significaba la crucifixión, la más denigrante de las ejecuciones, sin lugar a dudas.

Si acaso alguna intervención divina ocurriera para rescatar a Jesucristo, los judíos se hubieran persuadido y hubieran inmediatamente aceptado sus reclamos mesiánicos.

Entre los judíos existían solamente cuatro métodos para ejecutar a los hombres condenados por un crimen capital:

1) Estrangulamiento
2) Apedreamiento
3) Por fuego
4) Decapitación

La crucifixión no era uno de ellos. El menos severo de todos era el primero, estrangulamiento, porque no mutilaba el cuerpo seriamente. Quemar al reo era como una forma de profanar el cuerpo, sólo se hacía después que el reo había sido apedreado y estaba muerto (el Mishna parece incluirlo como una pena de muerte).

Ahora, si frente a la pregunta de Pilato, ¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo? los judíos hubieran contestado “quemadlo”, los planes de Dios para la redención del hombre hubieran sido frustrados. Lo mismo hubiera pasado si lo hubieran apedreado o decapitado.

Solamente la crucifixión podía ajustarse o encajar en el propósito de Dios en cuanto al plan de salvación. Sólo la cruz pudo proveer el altar donde Jesucristo pudo, deliberadamente, sin ninguna presión exterior, sino por su propia voluntad, ofrecerse a sí mismo como el cordero sacrificial.

En cualquier otra forma de ejecución se hubiera necesitado un milagro para mantenerlo vivo lo suficiente como para que su sacrificio sea voluntario, mientras que en la cruz, fue un milagro el hecho de que muriera cuando murió.

Paso a explicarme: Es muy difícil para nosotros hoy en día saber cuánto tiempo puede durar completamente conciente de su situación, una persona, durante su agonía en la cruz,. La historia ha mostrado que los poderes del cuerpo humano para sobrevivir lesiones físicas son realmente extraordinarios. Los doctores G.M. Gouls y W.L. Pile, en su estudio de “Anomalías y Curiosidades de la Medicina”, nos brindan numerosos ejemplos sorprendentes. Una ilustración bastaría:

“Por lo tanto, no es extraordinario enterarnos que los hombres han sobrevivido la crucifixión por días, antes de sucumbir ante la muerte por hambre, exposición a las inclemencias del tiempo, envenamiento séptico, o mutilación por animales de presa (mamíferos, aves e insectos). Unos pocos han sido, por una razón o por otra, bajados de la cruz y se han recuperado de la experiencia. Josefo (historiador judío) tuvo la oportunidad de ver un sin número de sus compatriotas crucificados por los romanos en el tiempo de la caída de Jerusalén bajo las tropas del general Titus. Josefo escribió en cierta instancia:

‘Ví muchos cautivos crucificados, y reconocí a tres de ellos que habían sido conocidos míos. Yo me conmoví ante ésto, fui ante Titus con lágrimas en mis ojos, y le hablé de ellos. El inmediatamente dio la orden de bajarlos y que se les diera el mejor cuidado posible para que se recuperaran. A pesar de esto, dos de ellos murieron bajo el cuidado del médico mientras que el tercero se recuperó”. (Antigüedades de los Judíos, &75, p.21). Por lo menos uno sobrevivió, y probablemente, con el cuidado médico apropiado los tres hubieran vivido. Claro, no sabemos cuanto tiempo colgaron en la cruz”.

¿Cuánto tiempo puede un hombre sobrevivir en la cruz? 

Continuará….

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