Entendiendo la Cruz y la Resurrección Parte 2

ENTENDIENDO LA CRUZ Y LA RESURRECCION Pablo Santomauro
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… CONTINUACION

  ¿Cuánto tiempo puede un hombre sobrevivir en la cruz?

115. Acorde con W.S. McBirnie, un acta preservada en la Iglesia  de ST. Andrew en Patras, Acaya, donde él fue martirizado, dice que él fue  crucificado a sobrevivió por tres días [The Search for the Twelve Apostles ,  Wheaton, Tyndale Press, 1977, p.85], cit. en Seed of the Woman, Arthur Custance.)

Una historia bien conocida y mencionada también por Bosius es la de Timoteo y  Maura, un matrimonio que sufrió durante la persecución del emperador Diocleciano  en el año 286 DC. Luego de ser horriblemente torturados, estos dos cristianos  fueron crucificados juntos, y de acuerdo con testigos confiables, ellos  sobrevivieron nueve días exhortándose uno al otro en la fe, expirando finalmente  en el décimo día. Suponemos que ellos tuvieron acceso a agua, ya sea de lluvia o  por mano de alguien presente.

William Stroud, en su obra clásica “Las causas físicas de la muerte de Cristo”*,  cree que esto fue posiblemente una exageración. Pero nosotros no tenemos  necesariamente que estar de acuerdo. Sobrevivir por nueve días sin comida no es  para nada extraño si de alguna manera hay provisión de agua y las condiciones  del tiempo son apropiadas. *(Stroud, William, The Physical Causes of the Death of Christ, N.Y.’ Appleton,  1871, p. 422)

De acuerdo con Alban Butler, en el año 297 DC, por orden del emperador Maximiano,  siete cristianos en Samosata fueron sujetos a diversas torturas y luego  crucificados. Hipparchus, uno de ellos, hombre anciano y venerable, murió en la  cruz en breve tiempo. Santiago, Romanus y Lollianus, expiraron al siguiente día,  siendo acuchillados por los soldados mientras estaban en sus cruces. Philotheus,  Habibus y Paragrus, fueron bajados de su cruces aún estando vivos. El emperador,  una vez informado de que aun vivían, dio la orden de que grandes clavos fueran  introducidos en sus cabezas, con lo cual fueron finalmente despachados (Butler,  Alban, Lives of the Fathers, London, 1812-1815, Vol. VI, p. 251,252).

William Stroud menciona un reporte del Obispo Wiseman escrito en 1828, en el  cual un hombre joven, de gran fortaleza física, fue crucificado en 1247 D.C.,  debajo del muro de Damasco por haber dado muerte a su señor (amo). El obispo  reportó que a pesar de que este hombre fue clavado a la cruz en sus manos, sus  brazos y sus pies, se conservó con vida desde el mediodía del viernes hasta el  mediodía del domingo, un período de 48 horas (Wiseman, Bishop, Twelve Lectures  on the Connection Between Science and Religion, London, 1836, Vol. 1, p. 265  ff).

John Kitto mencionó dos mujeres que fueron crucificadas, pero por alguna razón  fueron bajadas de la cruz luego de un período de tres horas.

Ellas  experimentaron un dolor intenso, aparentemente de la extracción de los clavos,  pero aparte de eso sufrieron muy poco daño y pronto se recuperaron. Kitto  expresó su creencia de que, basado en su investigación de actos de crucifixión  en la antigüedad, que el lapso de tiempo más corto en el cual la crucifixión  ocasiona la muerte en un adulto sano es de 36 horas (Kitto, John, A Cyclopedia  of Biblical Literature, Edinburgh, Black, 1845, Vol. 1, under Crucifixion, p.  500).

Ahora, volviendo a nuestro Señor Jesucristo, es posible que los judíos tuvieran  la expectativa de que Pilato ejecutara a Jesús primero, y luego les entregara su  cuerpo a ellos para que ellos dispusieran de éste a su voluntad. Ciertamente  podemos decir que las implicaciones de las conversaciones con Pilato dejan  entreveer esto.

Y eso hubiera sido lo que le convenía a los judíos, lo que se ajustaba mejor a  sus planes. ¿Por qué? Porque luego de recibir el cuerpo de manos de Pilato,  ellos lo hubieran puesto en un madero, exhibiéndolo, y de esa forma hubieran  demolido la fuerza del reclamo mesiánico de Cristo sin el riesgo de crear un  disturbio entre la gente. Al exponer el cuerpo de Jesús en el madero en forma  pública quedaría claro para la gente, pensaban los líderes, que la maldición de  Dios estaba sobre él. Ellos esperaban que Pilato lo matara y luego se los  entregara muerto, de esa forma se evitaban la posibilidad de una revuelta  popular.

Es por ello que cuando Pilato les dijo, en Juan 19:6: “Tomadle vosotros, y  crucificadle; porque yo no hallo delito en él”, los judíos responden de una  manera muy peculiar: “Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir”.

¿Se dan cuenta? Lo esperado en un caso de estos era que los judíos hubieran  dicho: “¡Bravo! ¡Fantástico! ¡Gracias Pilato! Eso es lo que queríamos”. Pero no,  sus palabras fueron muy diferentes.

Pilato les dice: “Tómenlo, les doy el derecho o la autoridad de crucificarle”.  La respuesta de los judíos más adecuada hubiera sido: “Está bien, lo haremos  nosotros”. Pero no, los judíos dijeron: “Nosotros tenemos una ley y según  nuestra ley debe morir”.

Puesto de otra forma, lo que los líderes judíos dicen es: “Si nos entregas a  Jesús, aun dándonos el derecho de crucificarle nosotros, es muy probable que no  muera en la cruz. ¿Por qué? Porque la ley mosaica nos obliga a bajar el cuerpo  al final del día, cuando el sol se pone, y es muy probable que para ese entonces  no esté aun muerto. Y en ese caso tenemos que proceder a conservarle la vida”.

Tengan en cuenta que ya la mañana estaba avanzada, y sólo quedaban de doce a  catorce horas antes de que cayera la noche. Hasta fue posible que Pilato supiera  la parte de la ley en Deuteronomio 21:22-23, que prohibía dejar a nadie en un  madero toda la noche:

“Si alguno hubiere cometido algún crimen digno de muerte; y lo hiciereis morir,  y lo colgareis en un madero (observen que primero es morir – la ejecución – y  luego el colgar en un madero) no dejaréis que su cuerpo pase la noche sobre un  madero; sin falta lo enterrarás el mismo día, porque maldito por Dios es el  colgado, y no contaminarás tu tierra que Jehová te da por heredad”.

El nuevo día comenzaba a las 6 pm, sólo quedaban de 12 a 14 horas para que  Jesucristo colgara en la cruz. La posibilidad de que Jesucristo sobreviviera la  crucifixión era factible. Es por esto que los judíos rechazan la proposición de  Pilato de que ellos llevaran a cabo la ejecución mediante el método de  crucifixión.

Pilato no sólo sabía la ley de Dt. 21:22-23, sino que sin duda también conocía  la capacidad del cuerpo humano de sobrevivir esta clase de ejecución.

Ahora, cuando Pilato escuchó, “Nosotros tenemos una ley y según nuestra ley debe  morir”, se nos dice que Pilato temió aun más por la vida del prisionero (“Cuando  Pilato oyó decir esto, tuvo más miedo” Jn. 19:8). Esto nos indica que él sabía  que entregar el prisionero a los judíos para que lo crucificaran ellos mismos,  no iba a resultar en la muerte del prisionero.

Si la crucifixión era llevada a cabo por los romanos, entonces los judíos sabían  que la muerte del prisionero estaba asegurada (debido a que los romanos los  dejaban morir en la cruz, o en su defecto, les rompían las piernas si era la  víspera del sábado, solo por respeto a los festivos religiosos de la nación).

Inferencia: Pilato los invitó a crucificarlo, pero no a ejecutarlo.

Posible objeción a la inferencia anterior: Los judíos podían haberlo crucificado  y luego de unas horas le podrían haber quebrado las piernas para que muriera por  sofocación.

Respuesta: Por más odio que los judíos albergaran, realmente no eran tan crueles,  de tanta sangre fría como para asestar un golpe de gracia a Jesús de esa forma,  al menos no delante de tantas personas presenciando el hecho alrededor de la  cruz.

Nosotros reconocemos que la mayoría de los comentaristas no ven a Pilato tan  favorablemente como nosotros lo hacemos. Algunos piensan que Pilato tuvo miedo  simplemente porque era un hombre supersticioso y temía que el Señor podría  hacerle daño más tarde por medio de la magia.

Yo creo que la evidencia muestra a  Pilato como un hombre de carácter medianamente decente.

Supongamos por un momento que Pilato no sólo estaba convencido de que Jesús era  inocente de los cargos que se le imputaban, sino que también fue genuinamente  impresionado por la estatura del hombre que tenía frente a sí. No tenemos que  suponer que Pilato comprendió quién era Jesús, su identidad o su misión. El  simplemente estudió al hombre, estudió a la situación, y se dio cuenta que los  judíos lo habían entregado por envidia, y nada más. (“Porque conocía que por  envidia le habían entregado los principales sacerdotes…” Mr. 15:10).

Pilato también debió ser un hombre conocedor de las costumbres judías, de la ley  y la mentalidad nacional de la época. Los romanos no eran tontos, eran  administradores muy capaces, y a pesar de ser crueles para castigar criminales,  parecían tener un sentido de la justicia bien desarrollado – con excepción de  cómo trataban a los esclavos. Es prácticamente ilógico que los romanos nombraran  gobernadores a hombres que no conocían las costumbres y las leyes de los pueblos  que iban a gobernar.

Sumado a esto, Pilato sabía que la crucifixión de una persona viva significaba  una agonía lenta hasta la muerte. Prueba de ello es que se sorprendió (ethaumasen)  de que el Señor hubiese muerto tan pronto, aun después de haber sido torturado  antes de la cruz (“Pilato se sorprendió de que ya hubiese muerto; y haciendo  venir al centurión, le preguntó si ya estaba muerto” Mr. 15:44). Era  completamente fuera de la ordinario que cualquier persona crucificada muriera en  tan pocas horas.

Entonces, volviendo atrás, cuando Jesús es sacado afuera (Jn. 19:40), luego de  haber sido maltratado y ridiculizado, Pilato les mostró a los judíos un hombre  lastimosamente desfigurado, más allá del punto de reconocimiento. Pilato les  dijo prácticamente: “He castigado a este hombre ha pesar de que no hay en él  ningún delito de traición o de nada”. Lo que hizo Pilato fue un intento de  apelar a la compasión de los judíos para que sintieran lástima por Jesucristo,  pero le salió el tiro por la culata.

Que Cristo no había cometido delito de traición al imperio romano era  precisamente lo que la multitud no quería escuchar. Si Pilato hubiera dicho,  “Este hombre es culpable de traición, estaba planeando derrocarnos”, la simpatía  de la multitud se hubiera inclinado quizá totalmente a favor de Jesús, y él  hubiera proyectado, involuntariamente, la imagen mesiánica que sus deseos habían  fabricado.

No hubiera sido nada extraño que Pilato, al ver la hostilidad de la gente en  aumento, les hubiera dicho, “¿Qué es lo que quieren de mí?” Y cuando ellos  gritaron, “Crucifícale, crucifícale” – en ese punto, Pilato ya dijo: “Muy bien,  si debe ser así, a los efectos de conservar la paz, tomadle vosotros y  crucificadle”.

La respuesta de las autoridades judías ya la hemos visto. Pilato entonces vuelve  a la quietud del pretorio (v.9) a interrogar a Jesús. Al leer los cuatro  evangelios, es difícil no llevarse la impresión de que Pilato estaba realmente  consternado con lo que estaba pasando. Pero tuvo problemas para tomar una  decisión en cuanto a lo que debía hacer. Entonces, una vez más toma su  prisionero, lo presenta a la multitud, y dice: “¡He aquí vuestro rey!” (v.14), y  cuando ellos gritaron: “¡Fuera, fuera, crucifícale!”, repentinamente se dio  cuenta, por fin, de lo que los judíos esperaban de él. Es por ello que dice en  en el v. 15: “¿Ustedes están en realidad pidiéndome que crucifique a vuestro rey  por ustedes?”

En ese momento, Pilato debe haber comprendido claramente que si bien los judíos  estaban decididos a ver a Cristo crucificado, no tenían el suficiente estómago  como para crucificarlo (colgarlo de un madero) ellos mismos, a menos que Jesús  estuviera muerto primero.

Ellos contestaron “No tenemos más rey que César”, y ahí Pilato fue dejado sin  otra alternativa desde el punto de vista político. A partir de ese entonces las  implicaciones políticas tomaron preferencia sobre lo que hasta ahora habían sido  consideraciones humanitarias y morales. Pilato entregó a Jesús en manos de los  judíos, pero en custodia de los soldados romanos. El versículo 16 dice: “Así que  entonces lo entregó a ellos para que fuese crucificado. Tomaron pues a Jesús y  le llevaron”.

Cerramos este punto aquí. Dios, en su plan, había determinado desde antes de la  creación del mundo, que la muerte de Jesús se iba a producir en una cruz.

Inferencias:
1) Todos los intentos de los humanos por que Jesucristo muriera en una forma  diferente no tuvieron éxito. Los intentos de los judíos de matar a Jesús  medicante apedreo, fracasaron.

2) Aun el intento de que Pilato ejecutara a Jesús primero y luego se lo diera a  los líderes judíos para que estos lo colgaran en un madero, ya muerto, como los  judíos acostumbraban, también fracasó.

3) Los planes de Pilato de salvar a Jesús también fracasaron. El plan de Dios no  pierde detalle, y a medida que se cumple al pie de la letra, no quita un gramo  de responsabilidad de los hombros de aquellos que participaron en todo este  drama.

4) También podemos decir con confianza que si los romanos hubieran usado  cualquier otro método de ejecución (envenenamiento, desangrado, decapitación,  ahogamiento, etc.), el plan de Dios hubiera sido frustrado debido a que sólo la  cruz podía proveer el tiempo necesario para que sucedieran ciertas cosas  necesarias, imprescindibles, para nuestra redención.

5) También el procedimiento necesario para traer a Cristo a la cruz, es decir,  el enjuiciamiento en tres diferentes tribunales, fue necesario para establecer  la inocencia de Cristo. Si lo hubieran asesinado los judíos en uno de sus  arranques donde estuvieron a punto de apedrearlo, los testigos necesarios para  establecer la inocencia o culpabilidad del prisionero no hubieran quedado  registrados en la historia.

6) El factor tiempo – Hubo obras que Jesucristo tuvo que cumplir estando en la  cruz, que hubieran sido imposible de llevarse a cabo si el modo de ejecución  hubiese sido otro. He aquí algunas:

a. La oportunidad de que muchos de los que pidieron su crucifixión se  arrepintieran y fueran salvos más tarde, algo que ocurrió en ocasión del primer  discurso de Pedro. Esto fue respuesta a su oración estando en la cruz: “Padre,  perdónalos porque no saben lo que hacen”. (Lc. 23:34)

b. Simón de Cirene fue reclutado para ayudar a cargar la cruz (Mr. 15:21). Este  encuentro dramático con Jesús, de alguna manera tocó su vida y probablemente  resultó en su salvación. En la carta a los Romanos, Pablo menciona en sus  saludos finales a Rufo, hijo de Simón de Cirene, y a su madre, ambos siervos en  Cristo apreciados por Pablo.

c. La salvación de uno de los otros dos crucificados.

d. La encomendación de su madre a la protección de Juan. (Jn. 19:26-27)

e. La entrega voluntaria de su espíritu humano. (Mt. 27:50; Mr. 15:37; Lc.  23:46)

Téngase en cuenta que no mencionamos las profecías que fueron cumplidas durante  su estancia en la cruz. Pero esto lo dejamos de tarea para el estudiante que ama  la Biblia.

Conclusión: Sólo la cruz, ningún otro método de ejecución hubiera hecho  posible la ofrenda sacrificial de Jesús que garantiza nuestra salvación.

11. ¿Quién mató a Cristo? La entrega voluntaria de su espíritu humano Mt.27:50; Mr. 15:37; Lc. 23:46.
Podría ser que algún día en el futuro cercano se encontraran archivos con  documentos de los Romanos del tiempo de Cristo. Estos documentos testificarían  que, junto con otros dos criminales, uno de nombre Jesús, fue ejecutado mediante  muerte por crucifixión bajo la gubernatura de Poncio Pilato.

Sin duda este tipo de descubrimiento arqueológico sería recibido con beneplácito  por aquellos que creemos en la completa veracidad histórica de la Biblia. Sin  embargo, el contenido del documento, ¿sería la verdad? ¿O reflejaría nada más  que la realidad percibida por un mundo que supuso – y aun supone – que Jesús  murió por las heridas infligidas por la cruz?

Pedro, por ejemplo, hablando en el poder del Espíritu Santo, dijo en Hchos 2:23,  que los judíos mataron a Jesucristo. ¿Estaba Pedro afirmando que los judíos  realmente mataron al Hijo de Dios en la práctica? ¿O estaba hablando desde el  punto de vista que pone la responsabilidad sobre los judíos, porque en su acto  de maldad, el intento fue definitivamente acabar con la vida de Jesús?

De la misma forma que el que adultera en su corazón es considerado un adúltero  completo ante los ojos de Dios (Mt. 5:28), Pedro puede acusar a los judíos de  haber matado a Jesucristo.

Pero nosotros sabemos por las Escrituras que Jesús no fue muerto por los judíos,  ni por los romanos tampoco, dicho sea de paso. El dijo claramente en Juan 10:  17-18, que nadie podía quitarle su vida. La muerte del Señor fue algo totalmente  llevado a cabo por él, pero no fue de ninguna manera un suicidio. Tampoco fue el  acto de un mártir.

Leamos Juan 10:17-18: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para  volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que de yo mismo la pongo, tengo poder  para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar”.

La clásica interpretación de estas palabras es que Jesucristo expresó que él se  sometería a ser crucificado a su debido tiempo, y no antes. Como apoyo para esta  interpretación se cita lo que dice la Biblia de que nadie le hechó mano porque  no había llegado su hora. Luego, más adelante, él mismo anuncia “Ha llegado mi  hora”, en Marcos 14: 41-42, y entonces la autoridades romanas llevaron a cabo la  tarea siniestra. Entonces, si no miramos más profundamente en la Escritura, nos  vamos a conformar con la explicación de que respecto a su muerte, Jesucristo  sólo escogió el momento en que se iba a entregar en manos de sus enemigos.

Pero si escudriñamos un poco más, vamos a ver que esta interpretación está  equivocada. En Isaías 53:7 se nos dice que él fue conducido como oveja al  matadero – esto fue obra de los hombres – pero en Hebreos 7:27 dice que  Jesucristo se ofreció a sí mismo.

Entendamos bien, Jesús se sometió a que lo condujeran, pero cuando llegó el  momento, fue Jesús mismo el que inició la ofrenda de su propia vida. En el más  literal de los sentidos, nadie quitó su vida, él la puso enteramente como  sacrificio.

Es necesario en este punto reiterar conceptos ya vertidos, y que son esenciales  para determinar que un análisis teológico nos lleva indefectiblemente a la  conclusión de que ni romanos ni judíos mataron, en definitiva, a Jesús.

Tenemos que entender que Jesucristo, como el hombre perfecto, sin pecado, era  inmortal. No estoy hablando de su divinidad, estoy hablando de su naturaleza  humana – olvidemos por un momento que era Dios encarnado – en su humanidad, la  muerte no tenía ningún poder sobre él.

Jesús fue sin pecado. Al no tener pecado, la muerte no tenía poder sobre él.  Podría haber vivido aquí en la tierra para siempre. No es que Cristo murió en la  cruz a los 33 años de edad, y si no hubiera pasado así hubiera vivido hasta los  70 u 80 años y luego hubiera muerto de muerte natural. No, su muerte no fue una  muerte prematura causada por la cruz. Fue una muerte voluntaria.

Jesús escogió por un acto de su voluntad, morir, entregar el espíritu, darle  mandamiento u ordenarle que dejara el cuerpo. El podría haber sustentado su vida  aun estando en la cruz indefinidamente – aun más, la tentación de bajarse de la  cruz cuando le provocaban a que lo hiciera, debió de haber sido terrible. Pero  no lo hizo, escogió morir.

Y en eso consiste la “muerte vicaria” (sustitucional) en el sentido teológico.  Que la persona que muere en lugar de otros, no muere prematuramente, sino que no  tenía que morir, era inmortal.

Juan 19:30 dice: “Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y  habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu“.

El griego aquí (paradidomi) significa: “entregar sin compulsión como un acto de  libre albedrío y por una decisión personal”. Reitero, Cristo no murió por sus  heridas en la cruz. Yo sé que hemos escuchado últimamente extensos estudios  sobre las causas físicas de la muerte de Jesús. Se nos ha explicado cómo la  crucifixión mata a la persona, el proceso de agonía que resulta en la muerte del  crucificado, y si bien Cristo estuvo en la cruz por unas horas y experimentó  algunos de los deterioros físicos de la crucifixión, no fue ésta la que terminó  con su vida.

Cuando su obra en la cruz estuvo consumada (culminó), ya no había necesidad de  continuar con el proceso, y entonces entregó su espíritu. Pilato mismo se  sorprendió de que hubiera muerto tan pronto.

Médicamente se ha dicho que la causa final de la muerte de Jesús fue ruptura  cardíaca, consistente con la descripción de Juan de que cuando el soldado le  abrió el costado con la lanza, salió agua y sangre (19:34).

Nosotros creemos que sí experimentó ruptura cardíaca, pero hay evidencias  médicas y bíblicas, de que la ruptura sucedió antes de la cruz. Un análisis de  las pruebas se encuentra más allá del alcance de esta ponencia y de nuestra  competencia, pero recomendamos leer : Arthur Custance,

Seed of the Woman, Heart  Rupture: A Possible Cause for the Lord’sDeath?AppendixVII,http://www.custance.org/Library/SOTW/APPENDIXES/App_VII.html

Una lectura cuidadosa de las investigaciones de este científico conduce a la  conclusión que Cristo murió con una ruptura cardíaca, pero no por causa de ella.

12. Resurrección corporal
¿Por qué una resurrección corporal? Contrario a las religiones del mundo, la  teología cristiana no es un sistema de creencias desconectadas sin una  coherencia esencial entre los elementos que la componen, sino un total orgánico,  un sistema de pensamiento racional lógicamente defensible si se le preserva en  su totalidad. Este sistema de pensamiento, por otra parte, puede parecer  totalmente irracional si se le presenta como un catálogo de creencias  tradicionales, algo que ocurre mucho en la iglesia moderna. ¿Cuál es, entonces,  la importancia y la necesidad de que el Señor tuviera que ser levantado corporalmente de la muerte? Alguien podría contestar que la importancia y la  necesidad del suceso reside en que la profecía de Juan 2:19 (“este templo”)  debía de ser cumplida. Pero ninguna profecía es hecha específicamente para  proveer una justificación del por qué sucede, por lo tanto, investiguemos un  poco más.

En Juan 2:19, Jesucristo enuncia la profecía de su resurrección corporal:

“Y los judíos respondieron y le dijeron: ¿Qué señal nos muestras, ya que  haces esto? Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo  levantaré. Dijeron los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo,  ¿y tú en tres días lo levantarás? Mas él hablaba del templo de su cuerpo” (Jn.  2:18-21)

Notemos que Juan, el autor del pasaje, junto con la narración de la historia,  nos interpreta lo que Cristo quiso decir cuando usó la expresión “este templo”.  Jesús usó un eufemismo para referirse a su propio cuerpo. La segunda cosa que  deseo notar es que la referencia es a su mismo cuerpo, el cuerpo que él poseía  cuando estaba hablando con los judíos. Yo sé que aquí puedo estar penetrando en  terreno poco explorado en estos tiempos modernos. Es aceptado que Cristo  resucitó en un cuerpo glorificado. Obviamente, el cuerpo de Cristo en  determinado momento posterior a su resurrección tenía la capacidad de atravesar  paredes, de desaparecer instantáneamente, de transportarse de un lado a otro  solo por un acto de la voluntad, de hacerse visible e invisible a voluntad, etc.

Pruebas de estas cosas las podemos ver en las narraciones bíblicas de Sus  apariciones a los discípulos. En mi opinión, si bien las propiedades del cuerpo  de Cristo revelan un cuerpo glorificado, éstas no estaban presentes en los  momentos iniciales que siguieron a su resurrección, cuando se presentó a María  Magdalena (Jn. 20:1s). Es nuestra opinión que la glorificación del cuerpo de  Cristo tomó lugar posteriormente a su primera presentación en los cielos.

Mi proposición consiste en tomar la profecía de Cristo (Jn. 2:19) tal y cual fue  planteada por él, y que su promesa fue respecto a su cuerpo de carne y sangre,  el mismo que poseía en el momento que confrontó a los judíos en el templo. Ese fue el cuerpo que recuperó la vida y salió de la tumba. Esto no es negar  que más adelante el cuerpo glorificado no tuviera una correspondencia de uno a  uno con el cuerpo de su vida terrenal. El hecho de que en determinado momento,  el cuerpo de Cristo pasó a tener la facultad de hacerse visible e invisible  repentinamente, no disminuye su humanidad. Por el contrario, la aumenta, porque  demuestra que el cuerpo de la resurrección tiene atributos y poderes  extraordinarios, y es un cuerpo glorificado que se mueve en el ámbito de lo  sobrenatural, o sea, puede operar en diferentes dimensiones. Dicho sea de paso,  es el mismo cuerpo que nosotros tendremos (Fil. 3:21): “…transformará el  cuerpo de la humillación nuestra para que sea semejante al cuerpo de la gloria  suya”.

Pero por ahora, vamos a ver el apoyo escritural para creer que el cuerpo que  salió de la tumba en principio, fue un cuerpo con las mismas limitaciones  humanas que tenía antes de morir en la cruz. He aquí lo que sabemos:

1. Se nos dice que El se resucitó a sí mismo (Jn. 2:19).

2. Pero se nos dice que un ángel, no Cristo mismo, movió la piedra que sellaba  la tumba. Esto sugiere que en principio, su cuerpo tuvo limitaciones en cuanto a  lo que podía hacer.

3. En su primera aparición (Jn. 20:17) le prohibe a María Magdalena tocarlo.

4. En su segunda aparición (Mt. 28:1-10), a diferencia de la primera, permite a  la misma María Magdalena y a otra mujer que abracen sus pies (Mt. 28:9).

La información previa origina las siguientes preguntas:

1. ¿Por qué fue un ángel el que “removió la piedra” (Mt. 28:2)? ¿Por qué el  Señor no pasó a través de ella como pasó a través de las paredes del lugar donde  se reunían los discípulos (Jn. 20:26)? ¿Por qué el Señor no removió la piedra él  mismo con su poder total recuperado en la resurrección?

2. ¿Por qué le prohibió a María Magdalena hacer contacto físico con El (Jn.  20:17)? ¿Qué quiso decir con la explicación que le dio a María Magdalena del por  qué no debía tocarlo? (“porque aún no he subido a mi Padre”).

3. Cuando María volvió acompañada a la tumba, ¿por qué Cristo permitió a las  mujeres abrazar sus pies? Esto constituyó contacto físico, el cual anteriormente  había sido negado a María.

Nosotros creemos que las respuestas a estas preguntas son las siguientes:

a) El cuerpo con el cual el Señor resucitó fue el mismo cuerpo de carne y sangre  que colgó en la cruz (“este templo”). Sus limitaciones terrenales permanecieron  por un tiempo. Tal cuerpo no era capaz de rodar la piedra que cerraba la tumba,  es por ello que un ángel tuvo que hacerlo.

b) Aún quedaba algo más que hacer en su cuerpo terrenal, no para completar la  redención, eso lo hizo en la cruz como el cordero (“consumado es”), sino para  cristalizar su función de sumo sacerdote. La tarea consistió en presentarse en  los cielos con su propia sangre, o sea, los méritos de su sacrificio. Cristo  estaba a punto de ascender a los cielos y por ello detuvo a María antes de que  lo tocara. En el antiguo pacto, cualquier contacto humano con el sumo sacerdote  contaminaba instantáneamente al sacerdote y lo descalificaba. Es por ello que en  el gran día de la expiación había un sacerdote suplente o de reserva, en caso de  que el sumo sacerdote asignado para ese año accidentalmente se contaminara al  tener roce con un ser humano. Esta es la razón de la prohibición a María  Magdalena. Cualquier toque de un humano (naturaleza pecaminosa de por medio)  hubiera rendido a Cristo incapaz de presentarse ante Dios para completar su obra  de sumo sacerdote.

Nota: El autor está en conocimiento de que algunos comentaristas interpretan las  palabras de Jesús, “No me toques” (del griego “haptomai”, “aferrarse”), como  expresando: “No te aferres a mí como lo hacías antes, he vuelto a la vida pero  no en la misma forma que Lázaro, sino para no quedarme entre vosotros”. Puede  ser, pero nosotros pensamos que la explicación no hace justicia al resto de la  evidencia en la Escritura.

c) Esta ascención de Cristo fue diferente a la ascención después de los cuarenta  días. Fue una ascención seguida de un regreso inmediato a la tierra. ¿Existe  apoyo escritural para pensar que Cristo realmente ascendió a su Padre y su Dios  en calidad de sacrificio perfecto y sumo sacerdote? Creemos que sí. Hebreos  9:11-15 dice:

“Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes  venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es  decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros,  sino por su propia sangre, entró una vez en el Lugar Santísimo, habiendo  obtenido eterna redención. Porque si la sangre de los toros y los machos cabríos,  y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para  purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el  Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras  conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo? Así que, por eso es  mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de  las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la  promesa de la herencia eterna”.

Nótese que cuando Jesucristo entró en el Lugar Santísimo, ya había obtenido  nuestra redención. Su entrada fue posterior al logro de nuestra salvación y por  lo tanto no fue para obtenerla, sino para dar testimonio de que ya había sido  consumada.

Otros pasajes que revelan el hecho de el Señor logró algo en los cielos como  testimonio de la obra de salvación, son: Hebreos 9:24; 10:19-22; 1 Pedro  1:18,19.

d) Deducimos que Cristo presentó su sangre, o su cuerpo ensangrentado como  mérito de su sacrificio, porque el cuerpo con el que regresó a sus discípulos  muestra evidencias de haber sufrido una metamorfosis significativa. Es ahora,  luego de su presentación en el Lugar Santísimo, que regresa a la tierra en un  cuerpo glorificado, el cual no solamente permite tocar por parte de los  discípulos (Mt. 28:9), sino que además invita a sus discípulos a palparlo de  modo que se den cuenta que el que está frente a ellos, es él (Lc. 24:39).

La ascención que Cristo anuncia a María Magdalena en Juan 20:17, no puede ser la  ascención final que marca el fin de su presencia visual entre los discípulos al  término de los cuarenta días. El cuerpo de Cristo ahora, ya no es idéntico al  que estuvo frente a María. Un cambio de cierto tipo tomó lugar durante el  intervalo entre las dos apariciones (Jn. 20:17 y Mt. 28:9).

Pero, ¿no dice la Biblia que “carne y sangre” no puede entrar en el cielo? ¿Cómo  pudo Jesús ascender al cielo con su cuerpo de carne y sangre?

Esta, a primera vista, parece ser una objeción justificada. 1 Corintios 15:50  expresa: “Pero esto digo hermanos, que la carne y sangre no pueden heredar el  reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción”.

Como una nota adicional, digamos que esta objeción es también planteada por los  testigos de Jehová para justificar su doctrina de que Jesucristo no resucitó en  un cuerpo físico. Dicen que esto es prueba de que nada que tenga un cuerpo  físico puede entrar en el cielo, por eso hay que tener un cuerpo espiritual, y  eso es lo que tendrán sólo los 144,000 (los únicos que nacerán de nuevo, y  estarán en el cielo con Cristo). Los demás, la gran multitud (el resto de los  testigos de Jehová, por supuesto) estarán aquí abajo, en el paraíso terrenal,  con cuerpos físicos. Nosotros tratamos con la refutación de este argumento en  otro escrito y por ello no elaboraremos en el tema.

Lo que hoy nos concierne, es explicar que el cuerpo de Jesucristo no tuvo ningún  problema en acceder a los cielos ya que su cuerpo, “carne y sangre”, era  incorrupto, puro, perfecto, al igual que su espíritu humano. La expresión  ”carne y sangre” de 1 Corintios 15:50 no aplica a Jesús.

“Carne y sangre” es una expresión idiomática que significa “seres humanos”, nada  más. Significa “humanidad tal cual es ahora, mortal”.

Ejemplos:

Marcos 16:17: “Bienaventurado eres, Simón, Hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos”. En otras palabras,  “No te lo dijo ningún hombre, ningún humano, ningún mortal”.

Efesios 6:12: “Porque no tenemos lucha contra carne y sangre …”

Gálatas 1:16: “… no consulté en seguida con carne y sangre …”

Entonces, la interpretación natural de 1 Corintios 15:50, es que nuestros  cuerpos, tal y cual existen ahora, no son adecuados o aptos para entrar o vivir  en la dimensión celestial. Esto es confirmado por los versículos siguientes,  donde dice que es necesario que lo “corruptible se vista de incorrupción y lo  mortal se vista de inmortalidad”. En el caso de Cristo no hubo necesidad de esto  porque su cuerpo y espíritu eran incorruptibles y virtualmente inmortales.

El cuerpo glorificado de Cristo
La forma y aspecto del cuerpo de Cristo al regresar a la tierra para aparecerse  por cuarenta días a los discípulos, eran los mismos, pero la fuerza vital que  animaba el cuerpo era diferente. La fuerza vital de los cuerpos terrenales es la  sangre, pero el cuerpo de Cristo ahora parece no poseer sangre ya más.

Lucas 24:39 nos narra en las palabras del Señor mismo, algo que parece indicar  el cambio del que venimos hablando. En este pasaje, Jesús asegura a sus  discípulos que un espíritu no tiene carne y huesos como El tenía. Este es un  cuerpo real, a pesar de que podía atravesar sustancias sólidas como paredes o  puertas. Tenía la capacidad de comer delante de todos y transformar los  alimentos ingeridos de tal forma que podían desaparecer junto con Jesús cuando  se retiraba. Les invitó a palparlo. Para nosotros es imposible de entender, ¿cómo  un cuerpo puede ser tocado y al mismo tiempo atravesar silenciosamente un objeto  sólido?

A sus discípulos dijo: “Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y  ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo”.  Singular descripción de su propio cuerpo, ¿verdad? Si bien la expresión “carne y  huesos” es común en el Antiguo Testamento (Gn. 2:23; 29:14; 2 S. 5:1; 19:12,13),  no es así en el Nuevo Testamento. La frase griega normal es “carne y sangre”  (Mt. 16:17; 1 Co. 15:50; Gá. 1:16; Ef. 6:12), y en forma levemente modificada  también la encontramos en Juan 1:13.

El punto es que nuestro Señor Jesucristo, al derramar su sangre por nosotros, no  sólo logró nuestra redención, sino que también obtuvo una forma de existencia  corporal más exaltada, en la cual la sangre ya no juega un papel vital. La  Escritura muestra que ahora Cristo posee, no el cuerpo de carne y sangre que  estuvo en la cruz, sino uno glorificado de carne y huesos, real, pero diferente  en el sentido que su principio vital ya no es la sangre.

Es aquí donde los ojos de la fe y la mente dinámica aseguran al corazón del  creyente que nuestro Señor fue levantado de los muertos sin corrupción ninguna,  a los efectos de que la sangre incorrupta de su cuerpo incorrupto pudiera  presentarse en los cielos y ser depositada para toda la eternidad como  testimonio de un sacrificio total, perfecto y suficiente. Sacrificio que él  ofreció para nuestra redención. La prueba de la aceptación de Dios de ese  sacrificio fue, primero, que Dios le resucitó de los muertos, una circunstancia  que en el Antiguo Testamento se expresa en el retorno, con vida, del sumo  sacerdote saliendo del Lugar Santísimo luego de rociar la sangre sobre el  propiciatorio conteniendo las leyes de Dios.

El sacrificio de Cristo fue validado por el Padre doblemente; segundo, el velo  del templo que separaba a Su pueblo de Dios fue rasgado de arriba a abajo,  indicando que de ahora en adelante los creyentes tenían, simbólica y realmente (recordemos  que detrás de todo símbolo hay una realidad), acceso directo e inmediato a la  presencia de Dios (Mt. 27:51; He. 4:16), por la gracia de un sumo sacerdote que  “traspasó los cielos” (He. 4:14).

Estas cosas no son narradas en forma consecutiva o como parte de una historia  bíblica compactada, de forma que sean obvias al lector común.

Son presentadas,  más bien, en forma velada si se quiere, para que el estudiante que ama la  palabra de Dios, las encuentre como quien encuentra tesoros escondidos. En eso  consisten los galardones de los que escudriñan la Escritura y aman la Palabra de  Dios

13. ¿Fue incompleta la expiación? ¿Queda algo por hacer?

¿Dejó Cristo algo por hacer? ¿Fracasó en lograr una redención completa? ¿Pueden  los destinatarios de su salvación poseerla y perderla luego? ¿Tiene el hombre  pecador algo que contribuir a la obra de Jesucristo, o Cristo lo ha hecho todo?  ¿Aseguró Cristo, o no, la salvación de aquellos por los cuales murió?

1. ¿Fue completa la expiación con respecto a satisfacer totalmente el carácter  de Dios, la ley de Dios, el pecado y lo que el hombre necesita para ser salvo  como consecuencia del pecado?

2. ¿Fue la expiación completa con respecto a que aseguró realmente la salvación  de aquellos que serían salvos? Ninguna obra puede ser considerada completa,  perfecta, o terminada, si falla en lograr las metas propuestas.

Ilustración: El hijo que es enviado a traer el pan – la misión es incompleta si  le promete al padre que lo va a traer y no lo hace. La misión se completa cuando  el pan está en casa.

De la misma manera, Cristo no vino meramente a lograr que la salvación sea  posible. Vino enviado por el Padre a salvar pecadores.

¿Acaso los ángeles no dijeron o prometieron que “El salvará al pueblo de sus  pecado”? 1 Timoteo 1:15 dice que “Cristo vino a salvar pecadores”.

De esto se deduce que Cristo aseguró la salvación eterna de aquellos por los  cuales murió.

¿Debemos enseñar que el pecador debe agregar algo a su propia salvación? Ese  algo se puede llamar de diferentes maneras: obras, méritos, indulgencias, aún fe  y arrepentimiento. Sea lo que sea, siempre el pecador es visto como haciendo su  parte en la salvación.

Pero por el contrario, la Escritura siempre muestra que el sacrificio de Cristo  es el que provee los dones de fe y arrepentimiento, y aun de pilón (o yapa),  incluye las obras.

Hechos 5:31 dice que es Cristo el que nos da arrepentimiento para perdón de los  pecados. Hch. 11:18, 16:14; 2 Tim. 2:25; Fil. 1:29, 2:13, dicen lo mismo.

¿Ve usted, mi amigo lector? La obra de Cristo se considera completa porque  garantiza hasta los medios por los cuales la salvación se recibe.

Por naturaleza somos esclavos del pecado (Jn. 8:34) y carecemos la habilidad de  buscar a Dios y a Cristo, o de arrepentirnos del pecado y creer en el evangelio  (Jn. 6:44; Ro. 3:11; 8:7; 1 Co. 2:14; 12:13).

A menos que seamos regenerados desde arriba, nacidos espiritualmente, o nacidos  de Dios, nunca veremos el reino de los cielos.

Por lo tanto, Cristo necesariamente debió lograr una salvación completa, en la  cual El asegura nuestra aceptación de ella por medio de la gracia.

Es por gracia  que creemos (Hch. 18:27), es la gracia soberana de Dios la que abre nuestros  corazones.

Cualquier posición que ignora o rechaza el éxito total de la expiación, rechaza  también la perfección de la expiación. Y al hacer eso, acusa a nuestro Salvador  de fracasar en la obtención de una salvación total.

Cuando usted llegue al cielo, recuerde, le debe todo a Cristo. Todo fue gracias  a Cristo. Usted no puede atribuirse ningún mérito. Usted no tiene nada para  contribuir a su salvación.

Recordemos eso cuando estemos de rodillas, orando y alabándole. Toda la gloria,  la alabanza y el honor son para Dios, porque El lo ha hecho todo. Y dentro de  ese todo, está la seguridad de nuestra salvación. @ Pablo

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