Prisionero del rey Herodes Agripa I, Jacobo posiblemente se encontraba sólo en una celda penumbrosa y fría de la ciudad de Jerusalén; tal vez la misma en que Juan el Bautista había estado antes de ser ejecutado.
Lucas no nos dice cuánto tiempo pasó Jacobo en la cárcel; si fueron unos días o unas horas no es un asunto de relevancia. Pero, me gustaría compartir con el lector una adaptación de un artículo que escribí en el año 1975 titulado: “Un Hombre Llamado Santiago” (conservo la copia original), en el cual me tomé la libertad de especular lo que pasó por la mente de aquel discípulo de Jesús previo a su martirio.
Santiago con toda seguridad recordó primeramente aquel día tan especial en que remendando unas redes en la barca de su padre Zebedeo y acompañado de su hermano Juan; un hombre desconocido que recorría la orilla del Mar de Galilea, los llamó a ser sus discípulos. Y lo más asombroso es que “dejando al instante la barca y a su padre, le siguieron” (Mateo 4:21, 22)
Aquel hombre llamado Jesús, quien dejaría de ser un extraño; unos pocos días después; en un monte lo llamaría a él, a su hermano y a otros diez hombres con el fin de prepararlos para enviarlos a predicar el Evangelio en su nombre. Fue en aquella oportunidad que el Maestro, apellidó a éstos dos hermanos “Boanerges, esto es, Hijos del trueno” (Marcos 3:17)
A partir de aquel momento, Santiago, Juan y otro pescador llamado Simón, a quien Jesús puso por sobrenombre Pedro; se convertirían en el círculo íntimo y de confianza durante el ministerio público del Mesías.
Por la razón arriba mencionada, encontramos a Santiago recibiendo de Jesús el privilegio de ser testigo de algunos hechos significativos del ministerio del Maestro, que los otros nueve apóstoles no pudieron presenciar.
Uno de estos acontecimientos fue la resurrección de la hija de Jairo (Marcos 5:37). En ese milagro, Jacobo no solamente vio la primera resurrección de un ser humano; sino que también pudo ver el poder del Padre manifestado en Su Hijo Unigénito.
Creo que el día que más impacto hizo en su vida, fue aquel en que Jesús “se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz” (Mateo 17:2) En la misma oportunidad se aparecieron Moisés y Elías y empezaron a hablar con nuestro Señor; pero el clímax de la ocasión fue haber escuchado la voz de Dios que desde una nube decía: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 17:5)
El relato del Evangelio nos dice que “al oír esto los discípulos, se postraron sobre sus rostros, y tuvieron gran temor” (vs.6), pero después que Jesús los calmó; no me puedo imaginar la intensidad de la emoción que corrió en el interior de Santiago.
Siempre me ha admirado la fuerza de voluntad que tuvo que tener el apóstol para “morderse la lengua” y así obedecer la orden que les había dado Jesús de no decir a nadie la visión que habían tenido, hasta que El hubiera resucitado de los muertos.
Aunque la relación de Jesús y Santiago fue muy estrecha, no en todos los casos el discípulo respondió a las necesidades de su Maestro, especialmente cuando El más lo necesitó.
En la aterradora noche que en el Jardín de Getsemaní, Jesús “comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera” y que les dijo: “mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo” (Mateo 26:37, 38), Santiago y los otros dos se durmieron.
Unas horas después Jesús sería arrestado, juzgado ante Pilato y el concilio de los principales sacerdotes, para recibir al fin la muerte por crucifixión. Solamente Juan, el “discípulo amado” acompañaría a Jesús al pié de la Cruz.
Los intereses políticos de un rey egoísta, lo habían llevado a la cárcel, por el único delito de ser un seguidor de Jesucristo y ahora se encontraba aguardando un veredicto; pero recordando los momentos dulces y amargos que tuvo junto a su Maestro.
El silencio comenzó a romperse con el eco de los pasos de alguien que se aproximaba a su celda y una escena más de su tiempo con Jesús vino a su memoria.
Santiago recordó aquella oportunidad, que él y su hermano Juan se acercaron a Jesús y le pidieron: “Concédenos que en tu Gloria nos sentemos el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda” (Marcos 10:39)
No solamente provocaron el enojo de los otros diez discípulos, también recibieron una reprensión de parte de Jesús: “No sabéis lo que pedís. A la verdad, del vaso que yo bebo beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados; pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo…el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero, será siervo de todos.” (Marcos 10:35-44)
La puerta de su celda comenzó a abrirse lentamente y el verdugo quedó frente a frente con su víctima y “mató a espada a Jacobo, hermano de Juan” (Hechos 12:2)
El filo de una espada terminó con la vida de un simple pescador, pero que elegido por Jesús se convirtió en un pescador de hombres, lo que le permitió vivir experiencias únicas y preciosas junto a su Maestro.
El filo de una espada convirtió a Santiago en el primer apóstol que llegó a comprender tan bien las implicaciones del Evangelio que no rehusó a beber la misma copa que primero tomó su Maestro en el Getsemaní y después en el Calvario.
Jacobo, Santiago, el hijo de Zebedeo, el hermano de Juan, Boanerges, el hijo del trueno… ¡Qué importa cómo te llamen!
¡Eres un ejemplo para mi vida, en medio de una iglesia en la que abunda mucha gente con “espíritu de cobardía”, que niega con sus vidas de apatía e indiferencia el precio de sangre que tuvieron que pagar hombres y mujeres en el pasado para que la luz del Evangelio pudiera llegar a mi corazón!
Gracia y Paz
Sergio
“Amigo de Jesús”