12 HORAS

12 HORAS

He tenido la oportunidad de estar en varias ocasiones en las salas de emergencia de un hospital, ya sea por situaciones personales, de mi esposa o de mis hijos; pero nunca he permanecido tanto tiempo en una de ellas como en la ocasión que mi suegra fue llevada a un hospital en el área de la ciudad de Hollywood, California: 12 HORAS.

La experiencia de ésas 12 HORAS, una cita no programada de antemano, con personas conocidas y desconocidas y que quebró mi rutina de casi todos los días; escribió en mi mente la memoria de conversaciones de propios y extraños, de rostros con nombre y anónimos, de ambos sexos, de diferentes edades, de diversos grupos étnicos y estratos sociales.

Todos congregados en una misma habitación, unos como protagonistas y otros como testigos, pero todos con un denominador común: el dolor.

En mi caso particular, unido en silencio al dolor de un esposo y padre, de un grupo de hijos e hijas, hermanos y hermanas, nietos y nietas, que aguardan con ansias un destello de esperanza de parte del doctor de turno con respecto a una mujer cuyo corazón lucha por vivir y de la cual por años recibieron su amor.

Unos oran, otros lloran; algunos “interpretan y procesan” las comunicaciones que reciben del personal médico a “su manera”; unos recuerdan un pasado mejor y otros tienen sus miradas perdidas en el espacio del tiempo como queriendo redimir lo que se pudo haber hecho y no se hizo; yo tengo que confesar que soy parte del último grupo de personas.

Pero no somos los únicos que hemos llegado a nuestra cita con el dolor en una sala de emergencia: una madre ya avanzada en edad desesperadamente quiere una autorización para ver a su hijo que ha sufrido un accidente, un joven de apariencia pandilleril espera ser tratado de los golpes que recibió posiblemente de su participación en una trifulca callejera, un niño de unos 10 años vestido en su uniforme de béisbol aguarda los resultados de una radiografía que se le hizo por un golpe en su cabeza y un hombre es traído por los paramédicos con su rostro totalmente bañado en sangre.

Los espacios específicamente designados para el tratamiento privado de las personas están todos llenos, así que varios individuos son atendidos por el personal médico en camas movibles que han sido ubicadas en diferentes pasillos del área.

Asimismo, se me hizo inevitable escuchar las conversaciones de otras personas como por ejemplo la de una hija que le comentaba a otros familiares: “Mi mamá me dijo que no se quiere morir, porque todavía tiene mucho dinero en su cuenta de banco para gastar”.

La verdad es que me vi tentado a involucrarme en la plática y compartir algunas palabras que dijo Jesús como parte del Sermón del Monte (Mateo 6:19-21), pero inmediatamente recordé un proverbio no bíblico que un amigo suele decir: “Calladito te ves más bonito”.

Así fueron transcurriendo 12 HORAS de mi vida en la sala de emergencia de un hospital, entre doctores, enfermeros, paramédicos, enfermos y acompañantes de enfermos; con sirenas de ambulancias como música de fondo, una ciudad en medio de otra ciudad, con gente que va y que viene,  con una población unida por el dolor.

¿Y desean saber de quiénes me acordé?  (Continuará)

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