“Los Que Viven…”
Parte: VII
Autor: Sergio A. Perelli
“Cuando llegues al final de tu vida, ¿qué es lo que vas a desear? Cuando la muerte te extienda sus manos, ¿dónde vas a buscar aliento? ¿Vas a abrazar ese título universitario que está en el marco de madera? ¿Vas a pedir que te lleven al garaje para sentarte en tu coche? ¿Crees que te consolará releer tu estado financiero? Seguro que no” (Max Lucado, Un Amor Que Puedes Compartir, página 162).
“Los que viven saben que han de morir…”, y nada ni nadie podrá librarnos de la muerte física; pero si estando en vida recibimos de parte de Dios “la dádiva (regalo) de vida eterna que es en Cristo Jesús Señor nuestro”, como escribió el rey Salomón: “el día de nuestra muerte, será mejor que el día de nuestro nacimiento”.
Yo no me canso de dar gracias a Dios de que casi cuarenta años atrás, y en un período muy turbulento de mi vida, una misionera norteamericana sirviendo en mi paisito Uruguay, me compartió las palabras de Juan 3:16 en un rincón de la calle en que vivía; y en aquel día llegué a conocer por primera vez que Dios tenía un propósito para mi vida mucho más grande que mis planes de llegar a tener una carrera exitosa como abogado, profesor, político, o jugador de fútbol.
La razón que he escrito esta serie de artículos es muy sencilla pero a su vez fundamental porque involucra el destino final de nuestra alma el día de nuestra muerte y como lo leímos anteriormente: “Dios no quiere que ninguno perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento”.
Yo estoy seguro que hay otra persona, en algún rincón de una casa o de un apartamento, en el rincón de un hotel o de una prisión, en el rincón de un bar o de un prostíbulo, en el rincón de un estadio o de un cine, en el rincón de un hospital y quizás en el rincón de una iglesia…que de permanecer allí lo llevará a la muerte espiritual y finalmente a la muerte eterna.
A esa persona, el Espíritu Santo anhela también llegar al rincón más profundo de su corazón y decirle que: “de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo Unigénito, para que todo aquél que cree en El, no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16; N.B.H.).
El día inevitablemente llegará “cuando la muerte nos extienda sus manos”; pero es hoy que nosotros debemos tomar las manos extendidas de Jesús en la Cruz, para estar así confiados de que recibiremos la vida eterna al momento de expirar nuestro último aliento de vida.
En lo que respecta a mi persona, y como lo hizo Moisés hace más de tres mil quinientos años frente a la nación de Israel: “Al cielo y a la tierra pongo hoy como testigos contra Ustedes de que he puesto anti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge, pues, la vida para que vivas…amando al Señor tu Dios, escuchando Su voz y allegándote a El…para que habites en la tierra que el Señor juró dar a tus padres…” (Deuteronomio 30: 19, 20; N.B.H.).
“Los que viven saben que han de morir…”…pero no se olviden de que “ESTIMADA ES A LOS OJOS DE JEHOVA LA MUERTE DE SUS SANTOS” (Salmo 116:15).
Gracia y Paz
Sergio
“Amigo de Jesús”